Europa y nosotros

HABLAR en Europa de verde esperanza es ya imposible. Ni siquiera conserva la unidad en la política exterior, que sería lo más aconsejable. La actitud ante Palestina como Estado observador en la ONU, por mucho que se desprecie a la ONU, es demasiado significativa. El euro desune más que une: llamarla eurozona nos amarga la lengua. Comenzar a eludir el orgullo de pertenecer a ella, o encogerse de hombros, o resultarnos ininteligible y antipática, en estricto sentido, su actitud política, tanto como confusa su actitud económica, es demasiado grave. Si España piensa en reformar su Estado de las Autonomías, creo que Europa debería regular el suyo con minuciosidad. Y con una ilusión que todos damos ya por desaparecida. Eso es tan grave como perder o haber olvidado tu primer apellido. Y no encontrarlo por mucho que miremos a nuestro alrededor. O tratemos de recordar nuestra común historia, y sólo recordemos los recelos, las recriminaciones y las guerras sangrientas. En un cuerpo son esenciales los pies, la cabeza, el corazón, los ojos y las manos. Y la única sangre que a todos alimenta... Lo otro es una ficción.